¿Quiénes somos los vascos?



Por Juanjo Gabiña, Director General de Prospektiker.
13 de julio de 2002, 08:14 am
 
¿Quiénes somos los vascos? ¿En qué tipo de situaciones se podría plantear esta pregunta? A mi parecer, la pregunta siempre será del todo pertinente siempre y cuando la comunidad de los vascos quiera encarar los retos de su propio futuro, a pesar de que tanto los franceses como los españoles no tengan la valentía de interrogarse sobre ellos mismos. Todas las naciones que pretendan alcanzar un buen futuro deberían perseguir convertirse en una comunidad que fuera más coherente que lo que es una simple sociedad.
¿Quiénes somos nosotros? Es una cuestión que difiere mucho de la sempiterna pregunta filosófica que planteaba Kant: ¿Qué somos nosotros?, o ¿qué es lo que somos nosotros? ¿Qué es lo que somos los vascos?, o dicho de otro modo: ¿En qué nos diferenciamos de las otras naciones del mundo? O mejor todavía: ¿Entre todo aquello que nos distingue del resto de los pueblos del planeta, qué es lo que es lo esencial en nosotros? La respuesta a este qué es lo que consideraríamos una respuesta científica o metafísica.
Por el contrario, la pregunta ¿Quiénes? surge de la política, de la voluntad de ser. Lo plantean aquellas personas que legítimamente quieren distinguirse del resto de los seres humanos ya que consideran que, de ese modo, será la forma como mejor estarán adaptados para la consecución de sus propias metas particulares pues podrán reunir a sus gentes en una comunidad viva y consciente de su propia existencia. Es decir, podrán crear una comunidad unida por una confianza mutua que será más solidaria, podrán crear una nación que recogerá la voluntad de que cada uno esté dispuesto a acudir en socorro de sus compatriotas si la necesidad le obliga a ello.
Las respuestas a la pregunta ¿Quiénes somos los vascos? son un intento de forjarnos, a su vez, una identidad moral. En referencia a ello quisiera subrayar que el universalismo moral tradicional se considera como la síntesis de las respuestas a estas dos preguntas: el "qué somos", de orden científico-metafísico, y el "quiénes somos", de naturaleza política.
El universalismo recoge este axioma como una idea-fuerza que realza los rasgos comunes existentes entre todos los seres humanos y se pone a explicar el porqué y, quizás también, el cómo deberían organizarse los seres humanos en una comunidad cosmopolita a partir de unas bases científico-metafísicas que permitan iluminar la política mundial. Este hecho engarza con la idea de la universalidad de lo vasco que emana desde el convencimiento de que es a partir de su propia nación cómo debe proyectarse al conjunto de las naciones del planeta y, en cierto sentido, engarza también con la reivindicación religiosa según la cual el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.
El universalismo filosófico proclama que la presencia de rasgos comunes en toda la humanidad testimonia un objetivo común, sostiene que la forma de una comunidad humana ideal viene condicionada por la propia universalidad de la naturaleza humana. Cuando contestamos a la pregunta: ¿Quiénes somos los vascos?, todos o la gran mayoría estamos de acuerdo en el carácter universal de los vascos. Es necesario pensar en el ámbito de lo global para actuar correctamente en el ámbito de lo local. Pero, ¿cuál es el carácter local de los vascos? ¿Un apéndice, parte de España y parte de Francia o, por el contrario, una nación donde el todo es más que la suma de las partes?
¿En qué lenguaje deberíamos describir lo vasco? Algunos pretenden que se siga haciendo en español o en francés. Ellos tienen la fuerza, controlan los medios de comunicación y dificultan el desarrollo y uso normalizado del euskara. Ello me recuerda al laicismo del siglo de la Ilustración cuando se sugería entonces que el vocabulario de las ciencias naturales pertenecía a la propia naturaleza y que las divisiones que establecía se correspondían mejor con el desglose reivindicado por la propia naturaleza. Tanto James como Nietzsche criticaron esta forma de cientifismo como una lamentable supervivencia de los modos de pensamiento religios o. Ellos defendieron que el vocabulario de la física no era más que un vocabulario útil entre otros más. Útil para un destino o propósito tecnológico, pero inadaptado para otro. Fue una coincidencia que estos dos grandes hombres pensaran que los filósofos de la Ilustración estaban equivocados intentado atribuir a la ciencia el lugar de la teología y que tomaran como un falso postulado el hecho de que el universo exigía unas ciertas descripciones para justificar la implantación del vocabulario de la física. Lo mismo pasó cuando se impuso el español y el francés sobre el euskara que era la lengua autóctona y natural de los vascos. Ahora se intenta hacer tabla rasa de los cientos de años de genocidio cultural, adoptando la falsa pregunta ¿Qué somos los vascos?, sin recapacitar interesadamente en que la pregunta pertinente es: ¿Quiénes somos los vascos? Optar por unos objetivos de dominación y de mantenimiento del status quo lingüístico es, además de injusto, totalmente irracional. Podrán ser preguntas metafísico-científicas pero, como dirían James y Nietzsche: Cuando se trata de conservar la vida de las naciones, por definición se trata de elegir entre comunidades humanas reales o potenciales, ya que las preguntas metafísicas no son más que otras preguntas políticas que vienen disfrazadas y que van dirigidas a las personas o a los grupos sociales a los cuales se espera convencer, engañosamente, de que la situación actual coincide con el Proyecto de Futuro.
La pregunta ¿quiénes somos nosotros? sustituye al interrogante que se formulaban los antiguos griegos cuando se preguntaban acerca de qué es lo que es el ser. También sustituye a las de Kant cuando exclamaba: ¿qué puedo saber?, y ¿qué es lo que es el hombre? En realidad, sustituye a todas estas preguntas renovando el interrogante kantiano: ¿qué puedo yo esperar?
En el caso vasco, esta cuestión, planteada de esta manera, es del todo pertinente. Nos hace reflexionar sobre lo que, como vascos, podemos esperar. Se trata, como en el caso que plantea Kant, de una cuestión que coloca la inmortalidad del alma individual en relación con el futuro de la especie. La cuestión: ¿quiénes somos nosotros?, es, por consiguiente, futurista. Recoge una ambición, un deseo, una intencionalidad. De la misma manera que la pregunta ¿qué somos nosotros? no lo es y consolida situaciones de injusticia que se derivan del pasado. Al preguntar "quiénes" nos colocamos al margen del concepto de realidad intrínseca y, en consecuencia, nos escapamos de la distinción entre lo aparente y lo real. El hecho de que como vascos nos planteemos el futuro no es una cuestión que requiera una predicción, sino más bien un proyecto. Al interrogarnos sobre quiénes somos nosotros, también nos planteamos cuál es el futuro que nosotros deberíamos construir en cooperación con otros. Nietzsche y James coinciden sobre el carácter primordial que tiene esta pregunta, pero ellos divergen en la respuesta, ya que cada uno de ellos sostiene proyectos diferentes. Personalmente disiento más del planteamiento de Nietzsche debido a su enfoque excesivamente aristocrático. Por el contrario, coincido más con el de James por ser democrático.
El "nous" de Nietzsche no intenta buscar más que un pequeño número de elegidos -los compañeros elegidos por Zarathoustra-; el "nous" de James se ofrece a todos los habitantes de una comunidad que es capaz de cooperar a escala planetaria, en una "commonwealth". James le gustaban las hipótesis universalistas, comunes al cristianismo y a las ideas de la Ilustración, según la cual nuestra comunidad moral debería identificarse con nuestra propia especie bio-natural. De este modo, lo vasco quedaría definido no solamente por cualquier criterio más o menos esencialista, sino sobre todo por el proyecto de futuro, de manera que garanticemos a las generaciones futuras -Hegoalde e Iparralde incluidas- la libertad de que, en un futuro, puedan optar por lo que les conviene y gocen de las oportunidades de poder disponer de su destino y de expandirse en tant o que forman una nación que recoge las señas de identidad colectivas de los vascos.
Sin embargo, no todo resulta fácil porque los intereses de España y Francia son contrarios a la creación y desarrollo de la Nación vasca. Es una actitud cerrada y que se nos plantea en cualquier proyecto de futuro y que, precisamente, nos deja a todos perplejos, pues no sabemos, a veces, cómo salir de este atolladero. Aquí, la cuestión clave es la del saber si solamente la crueldad y la codicia de estos ex-imperios es lo que impide que la comunidad humana que forman los vascos adquiera su forma natural, o si, por el contrario, el problema radica en que su realización es sencillamente imposible, a pesar de la buena voluntad que manifiesten dichos Estados por el respeto a los valores democráticos.
Supongamos que es imposible la creación de la Nación vasca. Dicho de otro modo, supongamos que no hay ningún medio posible e imaginable que nos ofrezca la mínima oportunidad de vivir todos los vascos unidos. Supongamos que esta esperanza este condenada sin remisión a no ser más que una utopía irrealizable. Supongamos también que hemos franqueado el punto de no retorno en el desequilibrio existente entre nuestra ambición y nuestras posibilidades reales.
Supongamos que los españoles y los franceses han llegado a creerse que unos vascos procedemos de Madrid y otros de París. Y que, además, no lo dicen por egoísmo o por codicia, sino por el hecho de que se han consolidado las relaciones de dominación anteriores. En este caso, tanto los españoles como los franceses deberían asumir que sus naciones habrían sido incapaces de satisfacer la lista de exigencias morales de parte de sus conciudadanos e incapaces de que los vascos, de manera colectiva, jugasen un gran papel activo en la vida y desarrollo de dichos Estados. Con el tiempo, tendrían que calificar a los vascos como unos pobres desgraciados que sufren su condición de ser españoles o franceses para finalmente no considerarlos como iguales al resto y tampoco incluirlos dentro del "nosotros: los españoles" o del "nosotros: los franceses". ¿Para qué se querrá englobar dentro de un Estado a aquellas naciones que ya saben como organizarse siguiendo el Principio de Subsidiariedad? ¿Para qué hacer a dichos ciudadanos infelices? ¿Cuál es el Principio de Etica o de Moralidad sobre el que se sustenta dicha actuación?
Esto que puede parecer exagerado -seguramente así lo será para muchos- es algo muy real puesto que ocurre. La dignidad de la persona está por encima de todo. Mientras haya vascos que sientan que su honor está pisoteado por el hecho de inscribirlos políticamente en un Estado que no desean, tropezaremos con personas a las cuales no se les podrá aliviar nunca de sus sufrimientos. La relación entre el sentido de pertenencia a una determinada nación y la capacidad que cada uno tenga en el cumplimiento de sus obligaciones con respecto a los otros miembros de esta comunidad es de naturaleza biunívoca. Lo mismo debería ocurrir con la relación entre el deber y el poder, entre la moral y los medios. En conclusión, intentar hacer a todos los vascos, españoles y franceses a la fuerza, es algo que atenta a la propia dignidad humana. Son objeciones que yo llamaría procedentes, admisibles, válidas y, sobre todo, convincentes para todo hombre de buena voluntad.
A veces las imágenes dicen más que cien palabras y, en el caso de los vascos, podríamos utilizar el ejemplo que se produce en el caso de una situación patológica. La analogía entre el hecho de lo que se considera que no es políticamente viable como lo es el dar esperanza a todos los enfermos tropieza con el hecho de considerar como médicamente irrealizable el atender a la totalidad de los enfermos puede ser un ejemplo. En efecto, cuando a un hospital acude, de pronto, un flujo considerable de víctimas que provienen de una gran catástrofe, los médicos y las enfermeras comienzan a seleccionar a los heridos. Los médicos son los que deciden cuáles son, entre las víctimas, los heridos que tienen mayor viabil idad médica de salir adelante, cuáles son los beneficiarios apropiados teniendo en cuenta los recursos médicos limitados que se encuentran disponibles en dicho hospital.
Cuando los franceses y los españoles deciden apoyar a los vascos lo hacen sólo a aquellos que se sienten también españoles o franceses. El ciudadano que sólo desea ser vasco es un sujeto al que, políticamente, se le considera que no encaja o al que no es viable intentar remediarlo de su situación. En realidad, dicho vasco se encuentra en la misma situación que los heridos, víctimas de un multiple-accidente, a los cuales se les anuncia que es imposible cuidarlos y salvarlos a todos.
En cualquiera de los casos, los que se atreven a decidir dicha "viabilidad", deberían responder a la pregunta: ¿quiénes son los vascos?. Seguramente no querrán contestar pues dirán que no son quienes para responder. Sin embargo, si deberían intentarlo con la siguiente pregunta: ¿quiénes somos nosotros para excluir a algunos seres humanos de la comunidad natural a la que pertenecen? Los que se consideran vasco-españoles o vasco-franceses, en realidad y siendo sinceros, deberían decir: nosotros los que podemos esperar sobrevivir dentro de España o de Francia, cuando decimos que es imposible o irrealizable el que todos los vascos formemos una nación, consideramos que para nosotros no existen los vascos irredentistas. Lo mismo sucede cuando no se socorre a un enfermo al que consideramos como si ya estuviera muerto.
El comportamiento de una España y una Francia que no admitiese el fin legítimo de que todos los vascos formásemos una misma comunidad equivaldría a seguir con la pretensión de mantener divididos a los vascos, incluidos en el marco de sus respectivos Estados. Moralmente, sería una pretensión hipócrita y carente de sentido, pues condenaría a ser infelices a la mayoría de los ciudadanos detentados. Esta reflexión es la que nos lleva a plantearnos, a su vez, una consideración filosófica de orden más general: no se puede construir una nación a costa de destruir a otras.
En el caso de la construcción de la Unión Europea, el único medio que tienen los españoles y los franceses para considerarse como miembros de la misma comunidad moral que los vascos es la que se desprende de un escenario en el que a los vascos se les respeta como son y como aspiran a ser, y a los que se les ha dado la esperanza y la viabilidad de poder vivir juntos. Resulta cruel y absurdo pretender construir un país donde se les alimenta a una parte de los ciudadanos que sus señas de identidad y sus aspiraciones coinciden más con las del que vive en Madrid que con las del vecino de su casa, que vive en Euskadi y que ha cometido el "pecado" de querer ser sólo vasco.
En resumen, podríamos aceptar que una argumentación filosófica acerca del futuro de los vascos y que, de verdad, merezca la pena, depende de las siguientes tres premisas. La primera premisa coincide con la cuestión filosófica primordial y que no es en absoluto "qué somos los vascos", sino "quiénes somos los vascos". La segunda premisa significa que, al responder "quiénes somos los vascos", también habríamos de responder "a qué comunidad de confianza mutua queremos pertenecer". La tercera premisa consiste en que esta confianza recíproca futura que todos deseamos entre vascos, españoles y franceses depende tanto de la viabilidad que se otorgue a los diferentes proyectos como de la buena voluntad que se ponga entre las partes.
También, una de conclusiones que se podrían extraer sería la relativa a que el hecho de pensar en nosotros como vascos, en tanto que pertenecemos a un mismo proyecto compartido y sustentado, no depende solamente de la voluntad que tengamos de conseguir dicho proyecto, sino más bien de la convicción de que somos capaces de alcanzarlo. De igual modo, para responder a la pregunta ¿quiénes somos los vascos?, deberíamos ser conscientes de todos somos miembros de una comunidad moral que engloba a una representación de toda la e specie humana. Por consiguiente, sería preciso que fuesemos capaces de convencernos de que nosotros podemos ayudar mejor al resto de la especie humana en la medida que gocemos de mayor libertad y responsabilidad con respecto a nuestro futuro.

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